Skip to content

The Earth Doesn’t Talk/La Tierra No Habla

by Paola Peña Paras

Quiero contarles mi historia, la historia que me dio la vida. Esta historia nació conmigo con mi primer respiro y me ha llamado más fuerte desde aquel día, el día que escuche a la vida, cuando la mire desde el corazón que todos latimos. Quiero pedirte que esta historia la escuches desde ese mismo lugar, en el centro de tu corazón, en el latir compartido palpitando intrínseco para regresar a ser uno.

Nací en este cuerpo físico un 14 de agosto en el cuarto grande de la huerta del condado que un día sin quererlo sería mío. Entre los gritos de la madre que me trajo al mundo abriéndome las puertas de lo físico y lo místico. Fue ese día que mis padres Roberto Madrigal y Margarita Salinas me nombraron con el nombre que pudo haber fijado mi destino, el nombre de mis ancestros, de historias trazadas en carne y hueso, repetidas una y otra vez, cultivando un mismo orgullo, un legado familiar que por tantas generaciones sembró lo que en algún punto fue mi linaje.

Roberto Madrigal Salinas me llamarón.

“Nombre fuerte para un hombrecito fuerte” se decía entre los ahí presentes.

Entre las sensaciones y el escándalo del momento, pude presenciar una vibración, un pequeño impulso. ¡Era una voz! sutil, suave como el viento, pero constante y presente como las olas del mar que rompen el silencio.

Me dijo “¿Fuerte? ¿Qué es ser fuerte?” pregunto a mis adentros.

Fue en ese momento que hice mía aquella voz, que vibraba en el centro de mi pecho.

Y así fui creciendo en sintonía con esa voz. Mi voz.

——–

Conforme fui creciendo mi madre comenzó a educarme; Roberto si, Roberto no, Roberto Bien, Roberto mal, a veces me lo decía desde una sensación más pesada y obscura, basada en un enojo sin mucho sentido, pero debajo de sus palabras e instrucciones intrínsicamente podía sentir un amor en su mirada que entendía mi actuar, pero lo limitaba.

 “Pero ¿por que sí? ¿por qué no? ¿por qué bien? ¿por qué mal?” decía mi voz en confusión. Sin poder hacer mucho y después de unas buenas nalgadas y llantos de impotencia me deje llevar.

Mi nana lolita por las tardes me llevaba a un lugar mágico. Era mi parte favorita del día, salir de la hacienda, caminar por los sembradíos, pasar por el campo y llegar un lugar que le llamaban bosque. Cada vez que entraba en el sentía como los abrazos que me daba mi mama, amorosos, profundos y protectores. Me encantaba ver todas sus figuras y colores, observar cómo los rayos de la luz del sol acariciaban cada uno de sus elementos. Mi nana me enseño los nombres para describir los elementos del bosque. Árbol, hoja, pajaro, piedra, pastizal. Pero mi voz me mostraba otras cosas, me hacía sentir la vida, el movimiento, el ruido y la sensación del bosque, la danza de cada elemento bailando en sincronía conmigo. Cosas que mi nana no veía, pero sabía que podía sentirlo al igual que yo.

Mi papa siempre estuvo un poco distante, se la pasaba con la gente en los sembradíos o en la hacienda en su cuarto de trabajo, cuando pasaba por los pasillos y me veía me sonreía o acariciaba rápido mi cabeza, siempre iba de prisa de un lugar a otro. Me explicaba cosas que no podía comprender, y cuando le preguntaba cosas que no entendía, se desesperaba y me decía que las cosas eran como eran. Yo sentía el deber de escucharlo y seguirle, pero no le encontraba mucho sentido a todo lo que hacía. En la hacienda de mi familia se cosechaba un grano pequeño que olía muy fuerte y de manera peculiar, se le llamaba café. Había muchas personas que trabajaban en los campos todos los días, eran parte también de nuestras historias y yo a ellos también los sentía como familia.

El día que cumplí 8 años, mi vida dio un cambio. Mi padre de cumpleaños me llevo al campo, a conocer las cosechas que orgullosamente hemos hecho por generaciones en la familia. Al caminar por aquellos sembradíos de café, no pude escuchar las voces, no al igual que lo que escuchaba anteriormente en el bosque. Me inundo una tristeza, y para mis adentros sentí mucha pena por la carencia de vida que se sentía en aquel lugar.

“Papa que pasa con este lugar” “¿por qué la tierra no habla? ¿por qué le falta vida?” – pregunte

“¿A qué te refieres Roberto?, la tierra es tierra, no habla” – me respondió confundido

“Pero papa” – replique – ¿por qué aquí hay tan poca vida?”

Desesperado y confundido me agarro por el brazo y fuertemente me dijo.

“Roberto este café es nuestra vida, es nuestro legado, es gracias a esto que vivimos y nos alimentamos, esta es la vida” tomo un respiro y replico “deja de molestarme por favor y pon atención a lo que te digo”.

Confundido y muy avergonzado me resistí a seguir preguntando, sentí un dolor en el pecho y un profundo arrepentimiento hacia mis adentros. No quería molestarlo, ni quería causarle disgusto. Fue a partir de ese momento que empecé a seguirlo, a tomar sus palabras, a escucharlo y poco a poco, sin querer queriendo deje de escuchar las voces de adentro. 

Fui madurando, creciendo, forjando en mi un Roberto, hombre fuerte de la casa, atento. Mi trabajo fue seguir los pasos de mis ancestros, construir un legado, producir para vivir, vender para crecer. Seguir trabajando en los sembradíos. Hacer de los campesinos mis empleados y de mi padre mi maestro. Sin darme cuenta una estructura y armadura de acero, impenetrable, insensible, se forjo en mi. Solo en algunos momentos, cuando el día se sentía pesado, volteaba a la distancia, el bosque, que sin saberlo me hablaba y me esperaba atento.

—–

Un día desperté y en el espejo vi pasar el tiempo. 20 años reflejados en los rasgos que algún día se sintieron vivos, ahora sienten cansados.

La vida ha cambiado tanto desde que solo cosechábamos café en el campo. La vida se hizo complicada, más cara, las cuentas no alcanzaban nos fue faltando la plata. En algún momento en el tiempo llego gente extraña, bien vestida y estirada. Nos hablabad de cambiar la cosecha a la producción de caña, prometiendo más seguridad, y más plata.

Así comenzamos a producir la caña. Costó trabajo al principio adaptarnos, los campesinos no querían, nos hablaban de cosas extrañas, “no es bueno para la vida” decían asustados. Pobres incrédulos deciamos, poco saben ellos de lo que se necesita para poder vivir bien en esta vida. Les dijimos que nos iba a ir mejor, habría más plata para todos poder vivir mejor. Sin comprendernos al final accedieron pues tampoco les dimos mucha opción.

A tiempo llego nos plata y fueron días buenos, nuestra vida iba bien y con ella la de los campesinos también. Expandimos los sembradíos, aumentamos la producción, para que aumentara la plata. Inconscientes de lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor, estábamos cegados por nuestro bien hacer, bien vivir y bien pensar. No supimos escuchar las voces de la tierra, no supimos ver las señales que la vida nos estaba dando, me sigo cuestionando todavía, si acaso fue que no lo quisimos ver a final de cuentas.

Las cosechas dejaron de ser buenas, poca lluvia, campos secos y la tierra dejo de hacer su función. “Está muerta” nos decían los campesinos y trabajadores. Culpábamos las condiciones externas. Pero nunca nuestras acciones. Los días se pusieron todavía más complicados, no había plata y sin plata se nos fue acabando la vida. Fueron meses pesados, había escasez por todos lados. Preocupados dormíamos todos los días pensando que haríamos, mi padre cada vez estaba más enojado. “Roberto tu eres nuestro legado, estas jóvenes, ve a buscar algunas opciones para poder vivir mejor en este vida” me decía mi padre frustrado. Le contestaba arrogante “Que voy a saber yo, si esta así por todos lados”.

Un 26 de septiembre salí a acompañar a mi padre a hacer algunos mandados, poca plata teníamos para tantas compras que necesitábamos. En el camino vimos algunos anuncios exclamando “Compra un lote” “Terrenos exclusivos en la naturaleza” “Vive mejor”, se promocionaba un tipo de construcción exclusiva cerca de nuestros campos y bosques.

“¡Esa es nuestra solución!” replico mi padre “Tenemos que vender nuestro campo a estas empresas constructoras, así tendremos con que vivir” – estaba muy emocionado

De inmediato contactamos a los desarrolladores de casas. En los siguientes días fueron a nuestros campos a evaluar nuestras propiedades, para ver si podrían construir ahí algo. Caminamos por la hacienda, por lo que antes eran nuestros sembradíos y por nuestros bosques. “Hace mucho que no voy al bosque” me dije mientras lo rodeábamos y me sentí distante a aquello que en algún momento lo sentía más cercano sin ser mío.

Fue esa misma tarde que nos hicieron una gran oferta de mucha plata por nuestras tierras. Mi padre irradiaba, estaba feliz, “Por fin nos escuchó Dios y el espíritu santo” decía “estamos salvados”. Yo no entendía de donde venia la tristeza que sentía, el vacío que sentía en mi pecho, casi como un llanto. La vida iba a ir mejor si tomábamos esta decisión.

“¿Lo sería?” dijo una voz a mis adentros.

“Pues claro que si” dijo mi razonamiento “¡Calla ya y no me confundas”

Pero seguía retumbando ese mismo dolor en el pecho.

Confundido sali aquella tarde a caminar nuestros campos. Lo que alguna vez estuvo vivo, ahora se sintió muerto. Mientras caminaba mi mirada cayo en el bosque, un llamado sentí a mis adentros. Sin darme cuenta poco a poco me fui adentrando en el bosque. Me abrumo el contraste que presencié, entre los campos muertos y el bosque vivo, ver el sutil movimiento de los árboles, la atención y presencia de los animales atentos y escuchar a los pájaros cantando en el viento, sentí la vida, ¡viva!, fértil, y en armonía.

Caí de rodillas al suelo. “¿Qué hemos hecho?” “¿en qué momento llegamos tan lejos?” me dije entre llantos y desconsuelo, culpando mi vida y la de mis ancestros.

Mis manos tocaron la tierra y en ese momento entendí lo que hace mucho no entendía. Sentí la tierra y al sentirla, sentí la vida. Sentí su esencia igual que la mía.

Retumbo entonces en mi una voz en al centro de mi pecho. ¡Era mi voz! La voz que me hablaba desde niño desde en mis adentros. La reconocí y lloré de la alegría, cuanta ironía.

Cerré los ojos para escuchar más de cerca lo que la voz decía.

“Soy tu voz. Soy la voz del bosque. Soy la voz de la vida”

“Escúchame que te estoy hablando”

“Sígueme que te estoy guiando para que me ayudes a proteger la vida”

Un día mi voz me llamo a jugar más allá de la haciendo  un día me llamo a jugar

Reconocí que mi voz era la voz del bosque, era la misma voz

¿Qué es valor? A que se le pone un valor? A la biodiversidad o al dinero

¿Qué es

¿Qué es vida?

 ¿Qué es nuestro?